La Diplomacia Digital: influencia, prestigio y reputación
La diplomacia tiene cuatro objetivos principales (representar, negociar, proteger y promover los intereses de un Estado ante terceros) que siguen vigentes, pero la emergencia de Internet y los nuevos medios invita a pensar cómo defender esos intereses en el entorno digital. El entorno digital ha abierto la escena internacional a nuevos actores y ha desintermediado recursos y procesos. Asimismo, ha creado nuevos problemas de seguridad y confidencialidad. En suma, se han multiplicado las fuentes de legitimación, participación y comunicación, creando una suerte de diplomacia en red.
La diplomacia digital es uno de los temas de nuestro tiempo. Los Ministerios de Asuntos Exteriores y las organizaciones multilaterales lanzan cada día acciones y emprenden iniciativas que tratan de influir, participar o atender a los ciudadanos en el entorno digital. No hay una definición unívoca sobre el alcance de la transformación. De forma genérica, podríamos indicar que se trata del uso de la web y las redes sociales para la consecución de los objetivos establecidos en la acción y la política exterior de un país.
La diplomacia digital es uno de los temas más relevantes en el nuevo escenario de las relaciones internacionales. Se han multiplicado las iniciativas para extender la influencia y la visibilidad de los países, pero también es terreno abonado para que los actores no estatales promuevan sus intereses. Las redes sociales son un epítome de la diplomacia en red.
No obstante, la diplomacia digital va más allá. Tiene que ver con la capacidad que tienen las tecnologías de romper las estructuras jerárquicas y desintermediar los asuntos de la escena internacional. Las redes sociales generan nuevas oportunidades para la participación de otros actores que no son Estados. Es un entorno propicio para la diplomacia pública y la consecución de objetivos políticos. Si no fuera tan relevante, no habría polémica por el “reconocimiento” de Kosovo por parte de Facebook, la disputa con Google Maps por el establecimiento de las fronteras en Palestina, la censura que algunos buscadores ejercen en China como condición para operar en aquel mercado o el activismo digital de unos y otros en la reciente disputa territorial entre Chile y Perú. En relación con las infraestructuras, el reciente encuentro entre Brasil y la UE ha comprometido la creación de una conexión de cable de fibra óptica transatlántica para optimizar la seguridad de Internet y la privacidad, eufemismo de inteligencia e información sensible.
Pero los movimientos sociales y políticos son reales. Los clicks y los tuits, también. Las acampadas en las plazas urbanas y en las virtuales han conseguido introducir nuevos temas en la agenda informativa y escribir en ella nuevos problemas y soluciones. El empoderamiento ciudadano no tiene vuelta atrás.
Mención especial merece el desafío demográfico: alrededor del 45% de la población mundial tiene menos de 24 años. No podremos influir o transmitir un mensaje si no estamos en las redes sociales. Esto significa entender cómo funcionan esas redes, cómo se transmiten los mensajes y qué prácticas socioculturales son habituales. Por eso, el departamento de Estado de EEUU habla de technology-driven diplomacy. Ha identificado como target preferente los jóvenes que emprenden start-ups, medios digitales y otros negocios de base tecnológica. El actual subsecretario ha mencionado expresamente la necesidad de vincular la diplomacia digital con la innovación, la economía, la inversión y la internacionalización. No es nuevo. Su antecesora, Tara Sonenshine consideraba que el emprendimiento digital fundamenta la promoción del libre mercado y la competencia.
En el ámbito consular, la diplomacia digital es un espacio fundamental para la diseminación de información práctica, atender a las personas rápidamente en caso de desastre, gestionar las relaciones con expatriados en caso de emergencia y todo tipo de cuestiones que afectan a la vida diaria de un ciudadano en el exterior. Un espacio digital, una aplicación móvil o una cuenta de Twitter o Whatsapp pueden servir para aligerar la administración, flexibilizar numerosos actos administrativos y agilizar trámites. EEUU promueve los hangouts (encuentros digitales) y posteriormente los publica en Youtube sobre asuntos consulares.
En el caso de la seguridad, la confidencialidad y la transparencia, la diplomacia se enfrenta a diversos frentes. De un lado, cómo cifrar mensajes para los respectivos gobiernos sin que unos u otros se espíen. Las actuales infraestructuras se han confirmado quebrantables. De otro, qué tipo de información se transmite que genere valor y que no sea una mera transmisión de datos o una enumeración de reuniones.
Finalmente, el ámbito digital es un eje sustantivo de la globalización. Ningún país, de forma aislada, puede establecer las condiciones de participación o perseguir delitos. Por eso, aparece la idea de la geoestrategia digital, que es el conjunto de ideas que dan forma a Internet y los nuevos medios, así como su gobernanza.
La diplomacia digital es también una cuestión de conectividad. Si los nuevos medios se convierten en el espacio fundamental de la nueva esfera pública, hay que plantearse qué derechos y obligaciones tendrán los Estados y los individuos.
La estrategia digital consiste en la identificación de los públicos, las voces, los contenidos y los objetivos; reúne los recursos, los procesos y los valores que se quieren transmitir. Exige la coordinación interna (entre departamentos y entre off y online) y la externa (entre distintos ministerios, embajadas o gabinetes). Tiene que fomentar la participación y la interacción ciudadana y no convertirse en mero repetidor de los mensajes oficiales. Además, es necesariamente abierta y transparente. En democracia, significa contar a los públicos cuáles son tus objetivos y pelear por ellos en el competitivo mercado de las ideas. Por último y, quizá lo más relevante, la estrategia tiene que orientarse a los objetivos diplomáticos determinados por la acción exterior. No se puede tabular cada decisión ni se pueden prever los efectos de una estrategia digital, pero sí se pueden analizar los escenarios, decidir las herramientas y evaluar los resultados.
El primer error consiste en confundir los fines y los medios. Tuitear no es una estrategia. Por ejemplo, en septiembre de 2013, la Comisión Europeo lanzó la iniciativa #AskBarroso utilizando Google Plus como plataforma, cuando ésta no aparece en su listado oficial de medios sociales. Esto es una muestra de descoordinación y decisión cosmética antes que una acción meditada. No hay que tener miedo al error, sino tener una actitud abierta al cambio. Por eso, es preceptiva la formación en competencias digitales, que creen diferencia. Frente a la alfabetización digital, es preferible la idea de digital fluency, que significa la capacidad de entender la narrativa, los formatos y las actitudes.
El segundo equívoco es la creación de una subcomisión paralela que se ocupe de los medios digitales, ajena a las tareas profesionales del diplomático. Porque no creo que exista una “nueva” diplomacia digital frente a una “vieja” diplomacia. Las tecnologías son ahora parte del conjunto de herramientas que el diplomático emplea para su desempeño profesional. Se integran en su cometido siguiendo una estrategia determinada. El mapa de competencias básicas no ha variado. Recientemente, en el Aspen Ideas Festival, Madeleine Albright señalaba que el arte de la diplomacia consiste en ponerse uno mismo en la posición del de enfrente para así entender cuáles sus intereses nacionales (empatía). Para esto, hay que saber escuchar y tener las orejas grandes (sic).
La diplomacia digital es una realidad. Ministros, diplomáticos, académicos, think- tanks, periodistas y ciudadanos emplean este ámbito para conseguir sus respectivos objetivos. Si el servicio exterior quiere dar un paso adelante, tendrá que invertir en capacidades y destinar recursos que serán detraídos de otras partidas. Por eso, antes de lanzarse a tuitear, es recomendable diseñar una estrategia de luces largas y pensar cómo la diplomacia digital puede crear valor para la ciudadanía.
Autor: Luis García, MBA
@LuisGarciaRD
Es Licenciado en Administración de Empresas y Mercadeo; Con especialidad en Diplomacia Comercial y social media. Ha realizado Maestría en Administración de Empresas y Doctorado en Administración Gerencial. Acreditado por Universidades de Chile, México y República Dominicana.
Founder & CEO de Global Social Media Group, una empresa dedicada al posicionamiento de marcas y marketing digital. Diplomático de carrera y docente de distintas Universidades de República Dominicana, su país de origen. Ha impartido conferencias en varios países y ha sido asesor de campañas presidenciales de países como Colombia, Venezuela y República Dominicana. Actualmente sirve como asesor de distintas marcas y entidades para una mejor planificación estratégica.